Reseña: ‘Petite Maman’, una conmovedora carta de amor
País: Francia
Duración: 72 minutos
Fecha de estreno: 2021
Sinopsis: Nelly tiene 8 años y acaba de perder a su abuela. Mientras ayuda a sus padres a vaciar la casa en la que su madre creció, explora intrigada el bosque que la rodea, donde su mamá solía jugar de pequeña. Allí Nelly conoce a otra niña de su edad, y la inmediata conexión entre ambas da paso a una preciosa amistad. Juntas construyen una cabaña en el bosque y, entre juegos y confidencias, desvelarán un fascinante secreto.
“Los secretos no son necesariamente algo que intentamos ocultar”, le confiesa Nelly a su nueva mejor amiga. “Sino que no tenemos personas a quien contárselos”. Una revelación que nace de lo más hondo del corazón de Céline Sciamma con la paradoja que supone que, en su caso, sí que nos esté contando todos sus secretos. Y los espectadores los escuchamos. Los escuchamos, los miramos y hacemos cualquier cosa que nos pida. Porque con los regalos que nos está haciendo la cineasta, ¿cómo siquiera no vamos a entregarle todos nuestros sentidos?
Tratando de compensar el hecho de que casi nadie ha tenido el placer de recibir nunca un mensaje en una botella, Sciamma nos deja en una el más reciente de sus presentes y lo lanza al mar confiando en que, en algún momento, llegue a nosotros. Porque, en un mundo en el que la cartelera de los grandes cines está impregnada de grandes producciones en las que se han invertido millones de dólares, la directora francesa echa al océano una humilde película que se encuentra ya entre las mejores de los últimos años. Y qué suerte que las olas se hayan movido a su favor.
En realidad, pese a la sutileza, la simplicidad y la corta duración que rodea a Petite Maman, lo que la directora nos muestra en su nuevo trabajo es algo mucho más complejo. Desde el minuto en que el espectador es cómplice de los pasos con los que Nelly, una niña de ocho años interpretada de forma impecable por Joséphine Sanz, concluye su último paseo por el hospital en el que su abuela la dejó, este ya sabe que el filme se cimenta sobre algo muy profundo. Teniendo en cuanta que estas conclusiones no son ninguna novedad para los fieles seguidores de la filmografía de Sciamma, Petite Maman tan solo demuestra que la formidable experiencia que supone ver cualquiera de sus películas ha dejado de ser mera casualidad.
La historia transporta a la audiencia a una modesta casa situada alrededor de un bosque, donde la pequeña Nelly, junto a su madre (Nina Meurisse) y su padre (Stéphane Varupenne), recoge las pertenencias de su abuela. Pero lo que comienza siendo una triste despedida acaba convirtiéndose en un dulce adiós a los momentos que alguna vez tuvieron lugar en ese hogar. Jugando con la fantasía para mostrar sobre la gran pantalla el amor filial de una hija y su madre, Sciamma utiliza los recuerdos desde el punto de vista infantil para lograr una obra audiovisual impresionantemente sincera. Honesta con la infancia, pero también honesta con lo que supone abandonar esa etapa de la vida para abrazar el paso a la madurez. No se trata de un aprendizaje sobre la apertura de nuevas puertas, sino una necesaria reflexión sobre aquellas que estamos destinados a cerrar.
Explorando por el bosque que rodea la casa, Nelly conoce a otra niña como ella con la que empieza a hacer una bonita amistad. “Tengo un secreto”, le llega a revelar en un momento en que parece que la relación entre ambas no puede ser todavía más mágica de lo que ya es. Pero, cuando se trata de hacer maravillas, la directora es la auténtica maestra. Y, de esos secretos que no necesariamente intentamos ocultar pero que no tenemos a quien contárselos, se sirve Sciamma para hacer su truco de magia. En el sentido literal de lo que sucede en la película, como descubre el espectador, pero también en el metafórico. Porque quedarse con tan solo lo evidente es no haber entendido prácticamente nada. Y de qué forma tan sencilla consigue que lo entendamos todo.
Petite Maman no solo es un bello relato sobre la pérdida, sino que funciona como un precioso homenaje para aquellos seres queridos que se fueron durante la pandemia. Grabado tras el raro verano de 2020 y haciendo únicamente uso de dos escenarios —la casa y el bosque—, el filme simboliza a la perfección los lazos que jamás podrían romperse. Con su característico uso tan correcto del silencio, los brillantes planos y la complicidad entre los personajes como puente de algo que acaba impactando en lo más profundo de nuestros corazones, la creadora de Retrato de una mujer en llamas vuelve a la carga con una obra maestra tan completa como la anterior. No siempre tendremos la suerte de que la marea nos obsequie con regalos como este. Pero, una vez más, el viento ha soplado a nuestro favor. Agradezcámoselo en las salas de cine.
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