Reseña: ‘Aftersun’, un clásico instantáneo
Duración: 98 minutos
Fecha de estreno: 2022
Sinopsis: En un decadente complejo vacacional a fines de la década de 1990, Sophie, de 11 años, atesora el escaso tiempo junto con su cariñoso e idealista padre, Calum. A medida que la adolescencia de Sophie aflora, el deseo de Calum por una vida fuera de la paternidad aumenta. Veinte años después, los tiernos recuerdos de las últimas vacaciones de Sophie se convierten en un retrato poderoso y desgarrador de su relación, mientras intenta reconciliar al padre que conoció con el hombre al que no conoció.
A veces, cuando me preguntan qué es la poesía, tiendo a decir que la poesía es todo. Evidentemente, todo no es poesía. Pero sería un error entender solo por poesía aquello que se manifiesta a través de palabras. Al igual que puede serlo la literatura, hay música que también es poesía. Hay imágenes que también son poesía. Y hay, por muy pequeños que sean los casos, películas que son poesía. Aftersun es un ejemplo de ello.
Charlotte Wells narra en su debut el verano que en el que todo cambió. De la mano de la jovencísima Frankie Corio y el a partir de ahora consolidado Paul Mescal, la directora cuenta las vacaciones que una hija pasa con su padre. Chapuzones en la piscina, partidas de billar o escapadas nocturnas protagonizan los días que ambos deciden compartir juntos antes de tener que volver a separarse. Sin embargo, la perspectiva de ella, con apenas once años, va variando en tanto que se acerca más y más a él. En tanto que crece. Porque lo que se nos cuenta bajo la imagen de unas vacaciones de verano, realmente es el proceso de una niña despidiéndose de su padre para dar la bienvenida a la juventud.
Desde que mi abuela nos dejó hace apenas unas semanas, constantemente viajo a ella entre recuerdos. Es imposible imaginar mi infancia sin que ella esté formando parte de la misma. Los momentos que me regaló no solo revolotean por mi cabeza dándome la energía necesaria para seguir adelante, sino que son el vínculo que logra que sigamos estando atados, conectados, abrazados. A veces miro una fotografía nuestra y trato de descodificar lo que estaba ocurriendo ese día, dejando escapar una pequeña sonrisa si aguarda tras ella un suceso anecdótico o dejando que mi mente invente la escena con lo mucho que sabe de mi abuela. Y es ese sentimiento de melancolía, tan lejano y tan cercano al mismo tiempo, el que Charlotte Wells representa a la perfección en una proeza convertida en película.
La cineasta convierte su primer largometraje en una antología de recuerdos. Lo hace porque lo que nos cuenta camina sobre una delgada línea que diferencia lo que es real y lo que ya no lo es tanto. O lo que todavía se es capaz de recordar y lo que va cayendo en el olvido sin que uno se de cuenta. La brillantez de la propuesta de Wells radica en que el pasado se dibuja a la perfección en el presente, consiguiendo que ese dibujo sea distinto dependiendo de la persona que se encuentre apreciándolo en ese instante. El comportamiento de Calum, bajo la excelentísima interpretación de Paul Mescal, y las miradas de Sophie, que hacen brillar a la recién llegada Frankie Corio, esbozan en pantalla el bello lazo que une la vida de un niño con la de un adulto. Una experiencia distinta para cada espectador pero que en Aftersun se vuelve una biografía universal. Casi como un milagro.
La historia de Sophie y Calum, que se cuenta con una delicadeza abismal y dando vital importancia a los silencios, amenaza con gritar durante su hora y media de duración. Sin embargo, acaba no haciéndolo. Wells opta por retenerse en la búsqueda, evitando así la furia que nace de la fase del duelo. Dicho de otra forma, es esa sensación que se produce al salir al exterior después de una tormenta y observar que las copas de los árboles todavía derraman algunas gotas. Por esto mismo, no es casualidad que el filme plantee muchas preguntas y termine sin resolver ninguna. La directora sabe que no es necesario, pues el grito que constantemente amenaza con salir de la pantalla es la difícil verdad que cualquier humano tiene ya interiorizada: la pérdida.
Aftersun es mi padre, nuestros viajes cada verano, las caminatas por la mañana, todos los “te quiero” que antaño no me avergonzaba decirle porque cuando eres niño no existe ninguna masculinidad frágil a la que debas hacer frente. Pero Aftersun también es mi abuela, las conversaciones que mantuvimos y que hicieron de mí quien soy, los recuerdos que me permiten seguir abrazándola pese a tenerla más lejos que nunca. Aftersun es todas esas cosas, tan fáciles de captar pero tan difíciles de representar que se sienten como esa bella bruma a la que algunos ponen el nombre de “poema”. Porque digámoslo sin miedo: Aftersun es poesía. Y bendita sea esta poesía.
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