Reseña: ‘El jardín todavía huele a lavanda’, un bonito baúl de recuerdos

Título: El jardín todavía huele a lavanda

Autora: Blanca Fernández Soriano

Editorial: Postdata Ediciones

Páginas: 62

Fecha de publicación: julio, 2023

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Sinopsis: Mi madre riega su jardín los domingos y me llama algunas tardes para hablarme de los nuevos brotes de las violetas. El corazón es un jazmín que ella cuida cuando llega el invierno y se seca la tierra, cuando el amor no es suficiente y se agostan sus flores. En este libro, la soledad se refugia debajo del limonero y el hogar acoge el silencio para aprender de nuevo a llenarlo de palabras. En estos poemas, habita un jardín y, cuando no queda ya nada, todavía huele a primavera, a sol y a lavanda.

Hay algo bello casi imperceptible en las mesitas de jardín, los adoquines de una ciudad o el olor a tostadas quemadas. Son cosas, incluso sensaciones, que siempre están ahí, merodeando alrededor de cada uno y sirviendo como principal escenario de la película de nuestra vida. Sin embargo, nadie las ve. Pese a su presencia en el día a día, no existen. Preferimos dejarnos sorprender por aquello que se aleja de nosotros, por aquello que nos resulta ajeno. Pero en El jardín huele a lavanda sucede todo lo contrario. Hay cubos, fuentes y chimeneas. Cosas que Blanca Fernández sí ve y que, en el libro, les da su lugar para brillar.

El jardín huele a lavanda es un poemario que se encuentra dividido en cuatro capítulos que hacen referencia a cada una de las estaciones, lo que permite a Blanca Fernández repasar todo un año en tanto que los meses van sucediendo y el entorno cambiando. De esta manera, la autora reparte y selecciona los poemas según la fecha en que se ambienta cada uno. “Nos mata de frío la soledad”, escribe en invierno, cuando más adelante reconoce que “el mar es un semillero de nostalgias”. Jugando con las metáforas y el doble sentido, el poemario otorga valor a los elementos de la naturaleza de los que constantemente se nutre para crear imágenes en la cabeza del lector.

No obstante, una de las mayores habilidades que proyecta Blanca Fernández en la obra es el logro para destacar con la obviedad. Pese a lo evidentes que puedan ser, por ejemplo, los rayos de sol reflejados en una mesita de jardín, la autora los convierte en el principio de algo mucho más grande. Estos objetos o estos momentos, que inundan todos los poemas, sirven como reflexión del amor, el desamor, la soledad o incluso la autoestima. Los humanos tendemos a ir atesorando recuerdos en las cosas que nos rodean: en las canciones, en las estancias de la casa o hasta en el paisaje del camino al trabajo. Y, como si Blanca Fernández estuviera haciendo un servicio de máxima solidaridad, los recoge uno por uno y los plasma en sus versos. El resultado es increíblemente honesto.

Quizás motivado por lo comentado anteriormente, el libro consigue sentirse como un diario gracias a las vivencias que saca a la luz. Sin embargo, su fuerza reside en las emociones tan universales que lo protagonizan. La persona que hirió a la autora no es la misma persona de la que puede acordarse el lector cuando lee ciertas estrofas, igual que la abuela a la que la autora llama en uno de los poemas más íntimos de la obra no es nadie que nosotros conozcamos; sin embargo, hay algo tan mágico en la pluma de Blanca Fernández que nada de eso importa durante la lectura. Sus sentimientos son los nuestros y, sus protagonistas, también. La forma tan bonita con la que escribe sobre su vida diaria ayuda a que cada uno pueda identificarse y apreciar todavía más la suya propia.

Encajando cada pieza en su lugar, Blanca Fernández vuelve lo cotidiano en inusual y hace de El jardín huele a lavanda todo un recopilatorio de recuerdos ensalzados por la sinceridad de sus versos. Dispuesta a demostrar la maestría característica de quien sabe hacer malabares con las palabras y se enorgullece de ello, su poesía no solo enseña la tremenda belleza de estar vivos, sino que además la homenajea.

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